miércoles, 14 de agosto de 2013

Y ahí estaba, un día más. Rodeada de las cuatro paredes de siempre, con la pintura prácticamente desgastada. La televisión encendida, aun que no hubiera nadie que la escuchara. Los mismos trastos por el suelo que hacían que se tropezara siempre que de levantaba. La misma cama, con las sábanas deshechas. Ahí se había pasado el día, estirada, inmóvil, con su reproductor de música, sola. Le gustaba estar sola. "¿A quién no?" pensaba. Sólo podía huir de toda esa mierda esa manera. Lo peor de estar sola era pensar. Nadie se imagina la de cosas que le pasaban por la cabeza. Ni ella misma las entendía.
Encogida en la cama, con la persiana entreabierta, que dejaba pasar un leve rayo de luz; con la puerta totalmente entornada, aun que aquello no hacía que dejara de escuchar el murmullo de las voces de su familia. "Menuda vida me gasto, ¿eh?" se decía a sí misma. Aquello no era vida. Tampoco podía decir nada (ni quería). Las pocas cosas que le hacían feliz parecían demasiado lejanas. Nada la llenaba. Nada.
"¿Por qué estas siempre ahí encerrada?" Le decían de vez en cuando sus padres. Para qué responderles, si tampoco iba a responder lo que ellos querían oír. Si las cosas hubieran sido diferentes desde un principio las cosas no estarían así. Tampoco les culpaba de la situación por la que estaba pasando, pero tampoco les quitaba mérito. No quería llamar la atención, no le gustaba. Quería pasar desapercibida. Invisible. Como si no existiera. Sería mejor para todo el mundo, o eso pensaba. Odiaba esa situación tanto como se odiaba a sí misma.

Siempre había alguien que intentaba entenderla, pero ella era de las que pensaban que si no vives lo que otra persona experimenta nunca la entenderás del todo. Y tampoco quería que nadie tuviera que vivir lo que ella vivía.
Sabía que todos tenían sus problemas. Que seguro que había gente que los tenía peor incluso, pero no era fuerte. Intentaba serlo (aparentarlo, más bien) pero no podía engañarse a sí misma. Más tiempo no. "Eh, que yo quiero a la chica de siempre, a la que siempre sonríe", pero cómo explicar que aquello era todo fachada. Que la única chica de siempre era esa, la que se pasaba horas muda sin hablar con nadie, con una sonrisa más falsa que Judas. Que esa chica hacía todas esas tonterías porque eran una vía de escape, una manera de reírse de sí misma y reírse con los demás. Aun que después de tantas la gente ya no la trataba con seriedad. "Qué envidia, nada le preocupa, ella es feliz" ; una mierda era feliz. Cualquiera se aprovechaba de eso, se reían incluso. Esas pequeñas cosas le afectaban. Cualquier pequeña cosa le afectaba. Pequeña a ojos de cualquiera que la viera desde fuera.
Lo único que quería era que todo cambiara. Tener esa felicidad que pocas personas conseguían provocar. Poder decir "por fin soy feliz".
Y así día tras día.

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