martes, 27 de diciembre de 2011

Querido diario...

Hoy me he levantado y mi cama estaba vacía. No me podía hacer a la idea de que ya no estabas durmiendo entre mis sábanas. No olía el olor a café recién hecho, ni te escuchaba cantar como cada mañana mientras me preparabas el desayuno. Ya no había nada, solo se escuchaba el silencio. Ese silencio frío e incómodo. Silencio.
Cogí el teléfono y marqué todas y cada una de las cifras de tu número, y no me sorprendí al escuchar que ése número ya no existía. Leí cartas y cartas que nos escribíamos, promesas y juramentos de amor eterno, y no podía aceptar que todos esos versos, todas esas palabras, todas esas mariposas que me producían tu mirada, todas esas miradas hacía el infinito, habían terminado así, de repente. Me vestí y entre ropa y ropa encontré una bufanda tuya. Me abracé a ella y me pude percatar de que tu olor seguía impregnada en cada centímetro de esa bufanda. Salí de casa entre lágrimas y me dirigí a tu piso. Piqué al timbre y nadie contestaba. Miré hacía tu balcón y no me asombré al ver que estaba en venta.
Había perdido todas y cada una de mis esperanzas. Me di cuenta que por una tontería todo podía irse al garete, y fue entonces cuando desperté. Estabas a mi lado, abrazándome. 'Buenos días, princesa.' Escuché que susurraban tus labios. Había sido todo una pesadilla.

3 comentarios:

  1. Precioso texto. Te sigo, me sigues?
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